La lectura espontánea

Uno de los aprendizajes más relevantes en la vida académica de una persona es la adquisición de la lectoescritura. A menudo, educadores de infantil y primaria debaten a quién se le debe responsabilizar esta tarea, olvidando que quien aprende es el niño y quien debe ser el responsable de sus logros es él. Existen múltiples métodos para la alfabetización, muchos de ellos sin ninguna base científica.

Las últimas investigaciones nos desvelan que nuestro cerebro codifica las letras en sonidos y así decodifica, analiza y comprende pese a nuestra experiencia con la lectura y/o escritura. Es decir, el cerebro aprende de manera fonética, y aunque de adultos tenemos mucha mucha velocidad y experiencia, nuestra manera de descifrar las grafías es fonética (sonido a sonido). Stanislas Dehaene en su libro El cerebro lector nos acerca estas investigaciones, un tesoro para cualquier docente.

Cuando empecé a investigar y a estudiar los textos de María Montessori pude leer en varias ocasiones como ella misma nos habla de que sus alumnos aprendían a leer solos, sin fatiga.

Más tarde se produjo un hecho muy sorprendente. Mientras estábamos preparando material adecuado para enseñar el alfabeto impreso a los niños e intentar de nuevo la prueba de los libros, los niños comenzaron a leer todos los impresos que encontraban en la escuela; había frases verdaderamente difíciles de descifrar, algunas hasta escritas en caracteres góticos sobre un calendario. Algunos padres nos contaron que los niños se paraban por la calle a leer los letreros de los establecimientos y que no era posible ir de paseo con ellos. (Montessori, 1937).

Aprendiendo a leer

En su día quedé fascinada ante este hecho, ¿niños que aprenden a leer solos? Dehaene afirma que el lenguaje escrito es una invención del hombre y que por tanto debe ser enseñado, no es algo innato en los seres humanos. ¿Qué acercamiento recibían estos niños para que fuera algo propio?

Justamente la semana pasada pude ser testigo de un momento muy similar en la escuela.

Habíamos vuelto del bosque y estábamos todos preparándonos en la entrada, quintándonos los zapatos, dejando las mochilas, etc. De repente vi como un niño no se había movido desde que entramos, estaba parado delante del perchero y susurraba. Me acerqué y vi que estaba descifrando los sonidos del nombre de su compañera escritos en el perchero. Cuando acababa de decir uno por uno los sonidos, repetía la palabra con un tono agudo y alegre “¡Laia!” “¡Aquí pone Laia!”. Estaba en una burbuja de concentración, a pesar del jaleo y vaivén que implicaba 15 niños y niñas en un espacio pequeño. ¿Qué habría pasado si no me hubiera parado a observar qué hacía ese niño y simplemente le hubiera recordado que estábamos cambiándonos los zapatos? Habría interrumpido su momento mágico.

Obviamente, existe un trabajo previo para que el niño se de cuenta de que sabe leer. Al mismo tiempo, este trabajo no es un “machaque” continuo. Ni leer más tarde es más fácil, ni si se empieza a leer antes necesita más guía por parte del adulto. Cada persona tiene su momento, y es nuestro trabajo facilitar las ayudas necesarias para su desarrollo.

¿Alguna vez habéis visto que vuestro hijo o alumno se interesa por la palabra escrita? ¿Intenta descifrarla? ¿Empieza a imitarla? ¿Hace juegos de palabras? ¿Cambia voluntariamente algún sonido de la palabra? Existen muchas evidencias que nos hablan del interés y maduración del niño, es a través de la observación que seguimos al niño.

Aprender a leer y a escribir es un camino precioso que nos abre las puertas del mundo, no solo el mundo exterior, sino también nuestro mundo interior. ¿Os imagináis poder acompañarlos en este camino con alegría y sin fatiga?