En busca de la concentración

La llegada de la pandemia ha hecho evidente que nuestro sistema educativo no está preparado para acoger y acompañar a los niños y niñas en su educación. Pese a que muchas escuelas y asociaciones luchamos para que trasladen la actividad educativa a la naturaleza (donde se pueden garantizar todas las medidas de seguridad sanitaria), la apuesta de la gran mayoría de escuelas es digitalizar la enseñanza.

Existen muchas investigaciones que nos explican que las pantallas generan en los niños y niñas impulsividad, perdida de concentración, disminución del vocabulario, desconexión de sus necesidades, malestar y, a la larga, depresión. Sin embargo, los grandes magnates de la industria de la tecnología se frotan las manos, y las propias universidades ofrecen cursos para que los docentes nos digitalicemos.

Entre todas estas pérdidas, una de las que más preocupan es la falta de concentración. Todos vamos en su búsqueda, adultos y niños, ansiamos conectarnos con nosotros mismos y con una tarea. Buscamos realizarnos, practicar nuestras habilidades y seguir hacia delante.

La concentración existe desde que somos bebés y en innumerables ocasiones la obstaculizamos por nuestro propio interés y sin darnos cuenta. ¿Cuánto tiempo tarda un bebé en darse la vuelta? ¿Cuánto tiempo pasan hasta que juntan y admiran sus manos? Los bebés son dignos maestros de la perseverancia.

Cuando cumplen un año y empiezan a caminar, gastan mucho tiempo y energía en levantarse y seguir caminando, así como lo intentan en un montón de tareas que para los adultos nos parecen banales: limpiar, comer, bajar de una silla, etc. En la gran mayoría de ocasiones nos adelantamos y lo hacemos por ellos. Dejándoles sin la oportunidad de vivir su proceso. Como un muñeco al que hay que vestir, alimentar, entretener, etc.

A los dos años su voluntad nos hace saber que NO está dispuesto a hacer según qué cosas y se comunican con mucha frustración. La concentración no solo es delante de un pupitre y un libro, la concentración conecta mente, cuerpo y alma, se puede dar subiendo una montaña, escalando, etc.

La elección de la actividad por parte de la niña aumenta sensiblemente su capacidad de concentración

Hace unos años, descubrí un psicólogo croata llamado Mihaly Csikszentmihalyi y su teoría del flow o fluir. Esta teoría defiende que es a través de la concentración que el ser humano halla el gozo o la felicidad. Es un estado óptimo de motivación intrínseca, que nos desencadena una sensación placentera y de libertad. El ser humano, sin saberlo, tiende a la concentración mediante a la actividad. Si esta actividad está elegida por el individuo tendrá muchas más posibilidades de concentración.

Debemos retirar los obstáculos en el camino de nuestros hijos y alumnos, si queremos que puedan vivir esta sensación de contribución y alegría interna. Ellos ya nacen con esta predisposición, pero debemos darles las ayudas “clave” (ni muchas, ni muy pocas) para que puedan conseguir esa concentración. Una de las frases más compartidas de Montessori es “cualquier ayuda innecesaria es un obstáculo para el desarrollo”; no puedo estar más de acuerdo.

Para ayudar a los niños y niñas a conseguir desarrollar su concentración debemos proveerles de un espacio con lo necesario para ello. Espacios sobre estimulados, con muchos colores, juguetes, lo único que hará será romper el equilibrio interno y sobreexcitar al niño. La actividad da concentración, así que el movimiento (mano o cuerpo) es necesario.

La concentración les ayuda a tomar elecciones conscientes y a generar su personalidad. Si aún no puede tomar decisiones (aún cuando la voluntad no se ha desarrollado), seguramente seguirá un impulso vital que le llevará a la actividad. Mediante su experiencia de vida irá tomando sus decisiones propias y generando propósitos internos muy fuertes y determinantes.  Nuestra tarea es conectar al niño con su ambiente preparado y observarlo, limitar cuando sea necesario y ser su ancla emocional, ¿estamos preparados para ello?